viernes, 21 de mayo de 2010

HOJAS SUELTAS

Síndrome de traición

Alejandro OLAIS-OLIVAS

CULIACAN.- Secreto a voces el rompimiento del candidato de la achicada alianza opositora tirándole pedradas a la luna en aras de alcanzar la gubernatura de Sinaloa—fracturado el PAN, el partido de la sedicente Revolución Democrática no cuenta, y Convergencia menos—, con el padrino y patrocinador original Juan Sigifrido Millán Lizárraga, confirmando Mario López Valdez con tamaña ingratitud ( perro enviciado en comer huevos, aunque le quemen el hocico) la maldita costumbre de morder la mano, permear en su equipo de asesores el síndrome de la traición, verbigracia Roberto Cruz, uno de los 101 hijos —cifra dálmata—, regados en el país por el general del mismo nombre.

EL GENERAL ROBERTO CRUZ DÍAZ CON SU AMIGO GENERACIONALMENTE DISPAR ALEJANDRO OLÁIS OLIVAS, HACE 40 AÑOS EN LOS MOCHIS.
Sucede, en 1940 también el malogrado Roberto Cruz Díaz se abrió por el lado de la reacción, jugándosela en el estado con su homólogo general Ramón F. Iturbe frente al coronel Rodolfo T. Loaiza y Guillermo Berrelleza, y en la pelea por la presidencia de la república con el ídem militar Juan Andrew Almazán, en cuya fórmula se perfiló sin posibilidad alguna al Senado, rajándose como hoy el descendiente al cuarto para las doce, tras jalarlo a cuentas a su carro de ferrocarril en San Blas, el otrora compañero de armas Manuel Ávila Camacho, a través del coordinador de campaña Gonzalo N. Santos, el tristemente célebre ‘ Alazán Tostado’.

IMPARABLE, SEA A CABALLO O EN MOTOCICLETA, ‘ CHUY’ VIZCARRA, EL CANDIDATO DE LA ESPERANZA, RECORRE TRIUNFAL LA GEOGRAFÍA SINALOENSE.
La verdad, alineado con ‘ Malova’, el veterano junior, conocido en el bajo mundo del hampa política como ‘Betito’ Cruz, vocero en boga del ferretero triquis, no aporta mucho a la credibilidad de la desvielada ilusión gubernamental, y no extraña cuando su prolífico progenitor tampoco fue un dechado de virtudes, jugando doble cara ante el presidente Plutarco Elías Calles en el drama de la ejecución del presbítero Miguel Agustín Pro Juárez, yendo luego al Vaticano en interesada busca de clemencia, para venirse al término de los balazos a radicar en Los Mochis, y enriquecerse con recursos a fondo perdido del Banco Nacional de Crédito Agrícola, explotando el status de revolucionario.
Amigo generacionalmente dispar de este entonces veinteañero aprendiz de periodista, en la agonía de los sesenta se dolía Cruz Díaz de encontrarse en el sitio equivocado al ocurrir el sacrílego exceso del poder del fusilamiento de Pro, jurando don Roberto haber intercedido sin éxito ante el ‘jefe máximo de la revolución’, abogando por la vida del religioso, siendo insuperable la terquedad de don Plutarco, disponiendo la inmediata ejecución, “para darle una lección a esa gentuza”, ante cuyo desplante el biografiado inspector de policía, sugirió, “conviene siquiera dar a la sentencia alguna apariencia legal”, solo para provocar la ira del ejecutivo, explotando, “no quiero formas, sino hechos”.
El subalterno insistió, ¿no convendría turnar a los acusados a un tribunal?, encrespando a un Calles resuelto a ratificar, “he dado mis órdenes y a usted no le corresponde sino obedecer y volver a darme cuenta de haberlas cumplido”, siendo Pro llevado al paredón en el meridiano del 23 de noviembre de 1927, brotando en la remembranza la anécdota de cuando camino al sacrificio, Quintana —Valente, el detective protagónico—, le pidió perdón, replicando el jesuita pastor de almas, “no sólo lo perdono, sino que le doy las gracias por acercarme a Dios”.
El clérigo causó polémica hasta en su consagración 13 programada originalmente para el 15 de septiembre de 1987 en la prolongación a México de un viaje del Sumo Pontífice Juan Pablo II a San Antonio Texas, frustrada porque en marzo de ese año el presidente Miguel de la Madrid pidió al representante de los obispos, Sergio Obeso Rivera, posponer el evento, porque al coincidir con la ceremonia del grito de la independencia, podría ser interpretada por los priístas, como una provocación de la iglesia.
Cruz Díaz fue marcado por el vil asesinato y alegando inocencia debió ir en 1934 a Roma, acompañado de la esposa a litigar ante el papa Pío XI, mediante declaración expresa, virtual dispensa para vivir tranquilo en una sociedad fanáticamente católica como la del Ahome de los lejanos ayeres, teniendo el Sumo Pontífice la cortesía de obsequiar a doña Luz la efigie de Su Santidad con indulgencias para a ella, su marido, e hijos.
En entrevista concedida al reportero de Excelsior Julio Scherer García en 1961 en su refugio del norte de Sinaloa, el general reveló como al margen del ‘jacobinismo’ de Calles, en la cresta de la guerra cristera, y posicionado en el cargo policíaco, él construyó en el patio de la casa rentada en la colonia Hipódromo de la ciudad de México, una capilla a donde, dijo, “cada semana iba un curita y rezaban con él mochas y mochos, empezando por mi mujer”, cuya creencia en la doctrina de Cristo, lejos de reprimir u obviar, tácitamente compartía.
Con Ávila Camacho transó sosteniendo Cruz en San Blas conferencia a solas, tras la cual el candidato presidencial comentó a Santos, el cacique potosino, “ya hemos aclarado dudas mi general y yo, y hemos limado asperezas, pero el único punto en que no está de acuerdo es en que queremos incluirlo en la planilla de nuestro partido como senador, renunciando a la postulación almazanista”
—¿Por qué no aceptas, Roberto?, terció ‘El Alazán’, y el mílite contestó a gritos, “porque eso sería una chaqueteada; quedaría yo en ridículo y muy desprestigiado”, concediendo sin embargo retirarse del comité de Andrew Almazán, “en huelga de votos caídos”, sin menoscabo de pedir respeto el día de la elección cuando iría, les advirtió, a depositar el sufragio personal a favor de su compromiso, comprometiéndose a no involucrarse en caso de eventual revuelta, refrescando su participación en el movimiento ‘escobarista’ de 1929.
Como en la trama de Cien años de soledad del escritor Nobel de literatura Gabriel García Márquez, iba en pleno al café ‘El Gordo y el Flaco’ —localizado por la Zaragoza casi esquina con el callejón Juan de la Barrera—, de la añorada cañera población, ataviado Cruz con el uniforme verde olivo, esplendoroso de medallas, proclamando, “ para que no se les olvide cabrones que todavía soy general”, y en la interminable cascada de vivencias ( éramos contertulios asiduos, don Francisco Cevallos, Enrique Peña Fernández, talabartero y jefe de la policía del alcalde Ernesto Ortegón Cervera; el boticario Rubén Arce, Epifanio Ramos, Gaspar Sánchez, Héctor Velderráin y este tundeteclas, entre otros), en una ocasión desgranó el episodio de un cuartel de batalla, con Calles indagando porque no lo había visto equis mañana.
—Está en enfermería, se le informó.
—¿Qué le pasa?
—Lo hirieron.
—¿Dónde?
—En los güebos, mi general.
—¡Ah!, con razón; apenas ahí le podían dar a Roberto, pues los tiene muy grandes.
Ahora uno de los tantos Roberto’s de la numerosa prole— en San Luis Río Colorado vive José Cruz Bedolla, cuyo primogénito fue en Sonora secretario de Salud en el gobierno de Armando López Nogales—, arrastra el apellido por el fango de la prevaricación en consonancia con ‘Malova’, quien grogy por la enorme y creciente desventaja ante el gallo tricolor, prepara una encuesta patito, sembrando cizaña sus hacedores por teléfono con preguntas preñadas de insidia, una la presunta etiqueta de Culiacán como la ciudad más violenta de México, y disque un desvío del reciente alcalde capitalino del orden de 300 millones de pesos.
No hallan por donde pegarle al embalado candidato de la esperanza para los sinaloenses orgullosos de serlo y anhelantes de más progreso, imparable Jesús Vizcarra Calderón en sus recorridos por la entidad, sea a caballo o en moto, con concentraciones diarias de miles de simpatizantes, reuniendo por ejemplo antier en el bulevar principal de la sindicatura de Chinitos, Angostura, a unos 5,000 lugareños.
Ello trae apanicados a los ilusos de la rodante película, pagando ídem nosotros rabiosa reacción de Juan el Despreciado, cuyos dóbermans de papel y electrónicos reciben la consigna de denostarnos, radicando el coraje e impotencia—sobre todo en las páginas de El Debate—, en el hecho de no estar acostumbrados a ser rebatidos, en tanto impunemente deshacían honras a placer, burlándose hasta de bacterias cogedoras.

DIOS LOS BENDIGA.
HOJASSUELTAS2010@HOTMAIL.COM